«Estoy preparando la web de Kika Kills y voy a hacer un blog. Me gustaría, si te apetece, que escribieras algo sobre La Mitad. Rodaje, preparación, inspiración, problemas, satisfacciones,lo que te apetezca, si te apetece»… Este es el mensaje que me escribió mi buen amigo Luis Cámara hace a día de hoy, nada más y nada menos, que 11 meses. Visto está que mucho no me apetecía hablar sobre ello. Desde entonces lleva “persiguiéndome”, en el sentido más entrañable de la palabra, tratando de convencerme de que hable sobre lo que fue el rodaje de aquella locura. Mis constantes evasivas han llegado hasta tal punto que su propuesta ha derivado de «me gustaría que escribieras algo sobre ‘La Mitad’» a «mira, escribe de lo que te dé la gana, pero escribe algo». Así que, aquí estoy, después de varios meses sin hacerlo, escribiendo (escribiendo algo en general).
Naces, creces, descubres que te gusta el cine, te vas de casa, estudias cine, te das cuenta que por estudiar cine no te vas a asegurar vivir del cine, tratas de contactar con gente que te dé dinero para sacar un proyecto adelante, te das cuenta de que nadie te va a dar dinero para sacar un proyecto adelante, te cagas en los muertos de la industria y finalmente te pones gallito y decides hacerlo por ti mismo.
Ese es para mí un poco el resumen natural por el que debe pasar cualquier persona que quiera contar historias. Todo este proceso desemboca en una cena en una especie de asador donostiarra en el que cuatro imbéciles con la valentía que dan unos vinos de más deciden finalmente ponerse serios y toman la decisión de autoproducirse. En el momento que llegó la cuenta debí haberme planteado que igual todo ese asunto no era buena idea. Meses antes del rodaje ya estaba perdiendo dinero sin saber cómo, mientras no hacía más que escuchar comentarios relacionados con IVA, desgravación, patrimonio y gastos de empresa, yo no sabía en qué gastos me iba a meter semejante sablazo pero algo me decía que no me lo iba a poder desgravar.
La decisión estaba tomada, lo íbamos a hacer, teníamos las ganas teníamos la ilusión y teníamos el guion. El guion se llamaba ‘La Mitad’. ‘La Mitad’, un cortometraje, un cortometraje demasiado largo para considerarse un cortometraje y demasiado corto para considerarse un largometraje. Si hacemos un paralelismo entre la duración que se suele manejar en el mundo del largometraje y en el mundo del cortometraje, podríamos afirmar que ‘Antes del atardecer’(Richard Linklater, 2004), que dura 77 minutos, es una película corta y que ‘La comunidad del anillo’(Peter Jackson, 2001), que dura 180 minutos, es una película bastante larga. Pues bien ‘La Mitad’ en el mundo del cortometraje vendría a ser ‘Cleopatra’ (Joseph Mankiewicz, 1963), que dura 243 minutos. Sí, el guion era bastante largo y difícil de rodar, aun así tiramos para adelante.
El plan estaba claro, de él se encargaría Alberto Regueiro, el ayudante de dirección y productor del cortometraje. Alberto es una máquina, cuando digo una máquina no hablo en sentido figurado, es literalmente un robot, es capaz de hacer tantas cosas a la vez y su cabeza funciona a tal velocidad que estoy convencido que un día de estos estallará, pero para entonces ya habrá rodado una o dos películas, y seguro que son geniales.
Me ahorraré todos los impedimentos clásicos que surgen a la hora de llevar un rodaje adelante, retrasos, número de ensayos, problemas con localizaciones, etc. Por resumir os diré que tuvimos que aflojar pasta por todas y cada una de las localizaciones que salen en el corto. La más difícil de conseguir fue una consulta, la cual no pudimos confirmar hasta una semana antes de empezar y que casi se nos cae minutos antes de empezar a rodar, información que afortunadamente se me ocultó hasta una vez terminado el rodaje.
Por situar mejor en el tiempo el momento en el que tuvo lugar esta aventura os diré que sucedió en noviembre de 2020, no sé si os suena de algo pero por aquel entonces nos encontrábamos en mitad de una pandemia mundial, que sigue coleando a día de hoy, ¿qué podía salir mal?. Aún así no importaba, era el momento de hacerlo, ya lo teníamos todo, iban a ser cinco días de rodaje en dos fines de semana alternos (lo de alternos solo queda bien, realmente eran dos fines de semana en los que el equipo pudiera).
Teníamos un reparto perfecto, por un lado estaba David Morilla, compañero de fatigas, hermano del alma y también productor ejecutivo del cortometraje en un papel que le venía como anillo al dedo. También estaba Lara Veliz, yo clasifico a los artistas de cine en dos tipos: actrices y estrellas, pues resulta que Lara es esas dos cosas a la vez y además una tía majísima. La última en llegar fue Violeta Mato, un torrente de energía y buenas vibraciones. Escribí los personajes de David y Lara teniéndoles ya en mente a ellos dos. Elena era el único personaje para el que no tenía actriz y Violeta no es que hiciera suyo al personaje, es que el personaje se le quedaba corto a ella. Para terminar, estaba yo, sí yo. Me pareció buena idea, además de dirigir y producir, interpretar un corto en mitad de una pandemia mundial, poniendo dinero de mi bolsillo en juego (y el de otros), rodeado de gente, invirtiendo su tiempo sin recibir un duro a cambio.
No sé identificar del todo las señales de un ataque de ansiedad, y casi lo prefiero, porque si no mañana seguro que tengo uno. Pero si es algo parecido a sentir que te estás muriendo creo que tuve uno la noche antes del segundo fin de semana de rodaje. También tengo grabado en mi cabeza el momento del primer día de rodaje cuando iba camino de la localización en un Uber cargado hasta los topes de cacharros, entre ellos varios objetos personales, con esa vocecilla recurrente en la cabeza tan poco agradable que te dice una y otra vez: «¿En qué momento pensaste que todo esto era una buena idea?». Os aseguro que si en ese instante mientras iba sentado en ese coche no hubiera tenido a la persona adecuada a mi lado para cogerme de la mano habría huido a México con el dinero como en las películas y me habría ahorrado algún que otro quebradero de cabeza.
A pesar de todo, el corto se terminó, conseguimos rodar todo lo que estaba en el guion. Hay un paralelismo curioso y no falto de gracia entre ‘La Mitad’ y el desarrollo de la pandemia del Covid. Si el rodaje tuvo lugar en 2020, ya de por sí un mal año, cuando pensábamos que ya había pasado lo peor vino la posproducción, que es lo equivalente al 2021, que por supuesto fue peor. Cuando parece que todo lo malo ya ha pasado y ya puedes sentarte simplemente a revisar y montar el material, de repente empiezan a surgir problemas de debajo de las piedras que para variar se siguen solucionando con dinero (los que se pueden solucionar) y ya no estás montando un corto, simplemente estás luchando por sobrevivir.
Si todo esto viniera de una tacada no sería tan malo, pero cuando se extiende en el tiempo hasta el punto de durar meses en los que el corto es lo primero en lo que piensas al levantarte y lo último en acostarte, es inevitable volverse un poco tarumba. Todo esto, además, aliñado con la inestabilidad económica que te da la inesperada madurez, la constante inestabilidad emocional que ya traes de serie y la loca situación que atiza al mundo de mascarillas, positivos y crispación. Aún así, todo eso te lo comes y te lo comes tú, porque así son las cosas, porque así lo has elegido y porque así te lo van a hacer saber de una manera u otra, porque la sociedad te ha enseñado que todo esfuerzo tiene su recompensa, así que coges aire, te cagas en la puta madre de mucha gente, especialmente en la tuya (sin merecerlo), y tiras para adelante arramblando con todo y tratando de llegar lo más entero posible a la orilla.
Entonces, es cuando terminas y tratas de sacar lo bueno de toda esa experiencia, pero en el momento que haces repaso, te es inevitable tener la misma sensación que en aquel momento en el que cocinaste tortilla de patatas para aquella ocasión especial. Tenías la mejor de las intenciones, los huevos más frescos de las gallinas más libres que nunca se han criado, las cebollas y las patatas que de mejor calidad te has podido permitir, incluso te has venido arriba y has arriesgado añadiendo un poco de queso de cabra para darle un toquecillo gamberro. Sin embargo, una vez que la pruebas no te sabe bien, por mucho que te digan que no importa que se te haya olvidado la sal, que el sodio acaba por ser malo para la salud, a ti no te está buena, y ojo, que está demostrado que a muchas personas a las que se la das a probar les gusta, a algunas incluso mucho. Luego aparte de ellas se encuentra David Morilla, que no es que le guste, es que la devora y te agarra del pescuezo para que hagas otra más cuanto antes.
Cuando me hablan sobre ello a día de hoy y me preguntan si lo volvería a hacer la respuesta es bastante clara: «obviamente NO», “obviamente SÍ y se haría mejor”, supongo que depende del mes en el que se haga la pregunta. He de reconocer que una vez terminado hubo momentos muy divertidos, casi todos relacionados con la risa y con gente a la que quiero. Rodar en un hotel cerrado en mitad de Gran Vía fue una experiencia muy especial que será complicado volver a repetir. Es más, a día de hoy, pese a no poder verlo, el corto en general me gusta, ha quedado bien y el simple hecho de que exista me hace estar muy satisfecho, porque mientras el mundo entraba en pánico y se derrumbaba, había un grupillo de locos insensatos que estaban tratando de contar una historia. Solo tengo palabras de agradecimiento para el equipo y las personas en general que formaron parte de ella.
Tú te lo has buscado, Luli, sabías a lo que venías, un abrazo enorme para las niñas y a esa gran madre que te parió por subirse al carro.