Los viejos amigos de Huerta de Rey

Los viejos amigos de Huerta de Rey

Hace unos meses estuve en Ponme Un Corto. La invitación del maravilloso Luis, al que aún no conocía, llegó en una época en la que varios proyectos que protagonizo estaban teniendo mucho recorrido por festivales —¡eso que nos pasamos mucho tiempo deseando que ocurra!— y justo, justo después de haberme prometido a mí misma —tras haber dicho que no podía un par de veces— que no diría que «no» a ir a ningún otro festival si, en el fondo, la razón del «no» era evitar ir sola… 

… Qué paradójico, ¿no? Nos pasamos mucho tiempo de esta complicada, y en muchas ocasiones hostil, carrera artística deseando que las cosas funcionen, que tengan recorrido, que se valore el trabajo… Y cuando ocurre, esto viene acompañado de una serie de eventos sociales en los que hay que buscar el espacio en el que sentirse cómoda una y otra vez… Y asusta… porque una quiere sentirse en casa, pero eso no siempre viene dado… Y una quiere que sea fácil… Y no siempre es fácil… entonces, a veces, una decide quedarse en el hogar, ese que sí conoce perfectamente y en el que se siente segura…

Antes de la invitación de Luli —como llama a Luis la mayoría de la gente que conocí en el festival— llevaba semanas pensando en aquello de volver a ser valiente una y otra y otra vez, y en aquello de bastarme, de ser suficiente, al menos, para mí misma… Pensaba en que, más allá del curro en sí, y aunque de primeras aún me sienta extraña asistiendo a festivales, ocupando mi espacio en estos lugares, me parece precioso el reencontrarme con gente del gremio… conocer a gente… coincidir con gente que conoce a gente con la que has currado… Y recordar que, al final, el mundo es pequeño… y que los lugares de encuentro deberían ser siempre un sí para mí…

Dije que sí a ir sola a Huerta de Rey, aún sin saber cómo podía llegar hasta este pueblito de Burgos, dije que sí y, cuando la logística se fue concretando, me compré un billete de avión —pues el día anterior presentaba un proyecto en Gran Canaria— que se retrasó y me dejó apenas unas pocas 4 horas para dormir en Madrid antes de partir en coche por unas dos horas y media con cuatro desconocidos que también iban al festival… Dije que sí y fui hora y media hablando sin parar con Fernando, Amparo, Marcos y Roberto y otra hora dormida junto a este último… De repente, ya tenía un mejor amigo del festival.

Lo que tienen estas experiencias intensas es que, al final, son como un campamento… 

Al llegar me reencontré con Mario, Mikel y María con quienes ya había coincidido en la vida artística y que no sabía que estarían allí…

Comimos todos los invitados en familia: la comida la hacía el padre de Luis, Goyo… su madre, Pili, me volvería a tratar como familia en su casa al día siguiente…  Nani, me llevó ella misma en su coche al alojamiento, y las niñas…

La gente del pueblo llenaba el teatro, te reconocía del corto que vieron semanas antes y venía a hablar contigo con emoción del trabajo…

Me llevé dos premios a casa, Alberto y Mamen se convirtieron en otros mejores amigos durante la noche… Conocí a Almudena, a Pablo, a Andrea, a Yolanda, a Carlos, a Isabel, a Lucía, a Delia, a Matías, a Rebecca… Redescubrí con Ana que en realidad nos conocíamos también de antes…

Y hasta me enamoré, un poco, por unas horas, por unos días… 

Me sentí en familia, en casa…

La intensidad de los campamentos… que, de alguna manera, te devuelve a la vida real… la de conectar en presente con quien tienes al lado…

A las pocas semanas volví a coincidir con Matías en otro festival y después en otro… Cada vez nos saludamos con una ilusión y un cariño… Como si fuéramos viejos amigos… viejos amigos de Huerta de Rey

Y ahora, cuando me vuelve a costar ser valiente, en mi lista de razones para volver a serlo está Huerta de Rey…

Gracias, familia… ¡Hasta pronto!