Captain Fantastic

‘Captain Fantastic’, que no olvidemos lo que somos

Leopoldo Panero decía tantas cosas —y tan lúcidas— que es casi imposible quedarse solo con una. Pero yo siempre he intentado que no se me olvide eso tan duro, y tan verdad, que sentenciaba en ‘El desencanto’: «El colegio es una institución penal que nos ayuda a olvidar la infancia».

Esta frase vuelve a mí de vez en cuando. Por ejemplo, cuando terminé de ver, emocionada, ‘Captain Fantastic’. Porque si el colegio es una institución penal que nos ayuda a olvidar la infancia, el sistema en el que nos vemos obligados, o no, a vivir es otra institución penal que nos hace olvidar lo que somos.

Los seis hijos de Ben y Leslie ni van al colegio ni viven como nos han acostumbrado a vivir. No celebran los cumpleaños ni la Navidad, pero celebran el Día de Noam Chomski.

«¿Prefieres celebrar a un duende mágico ficticio en lugar de a un luchador contemporáneo que ha hecho tanto por promover los derechos humanos?». 

Son educados, en medio de la naturaleza, en el socialismo y la supervivencia. No saben qué es Adidas ni juegan con la Playstation, pero podrían sobrevivir en el bosque a animales, caídas y enfermedades.

«Y que los americanos son unos analfabetos sobremedicados». 

Tienen un pensamiento crítico casi tan envidiable como su sentido del humor.

«Nosotros no nos burlamos de la gente. Salvo de los cristianos». 

Pero, por encima de todo, se aman. Se aman como deberían amarse las familias y muy pocas lo consiguen. Ben es uno de esos padres que no miente a sus hijos, es honesto con ellos.

«Anoche mamá se suicidó. Finalmente lo hizo. Vuestra madre está muerta. Nada cambiará. Seguiremos viviendo de la misma manera. Somos una familia». 

Porque precisamente esta historia se convierte en una road movie cuando la madre se suicida y todos deben viajar para cumplir su última voluntad: ser incinerada mientras los que la quieren celebran la vida. Y no permitir que la entierren tras un aburrido funeral al uso.

Por el camino surgen las dudas y los desencuentros —enfrentarse a esta mierda de mundo que nos hemos creado no es fácil ni siquiera cuando estamos tristemente acostumbrados a hacerlo—, pero Matt Ross consigue que en ningún momento perdamos la sonrisa.

«—Papá, ¿qué es la coca cola?

—Agua envenenada». 

Mucho más compleja de lo que a simple vista parece, el filme bebe de las fuentes de Wes Anderson y de Jonathan Dayton y Valerie Farisy para ofrecernos un relato que conmueve a fuerza de idealismo y de señalar, a colores, las vergüenzas de un mundo que se afea por momentos.

Porque ‘Captain Fantastic’ habla de crianza, de hijos y padres, de amor, de filosofía, de política, de amistad… Y gran parte del peso de todo esto recae en un enorme Viggo Mortensen como cabeza de una familia especial de la que tendríamos mucho que aprender.

Mención aparte merece la actuación de George MacKay (no hacía falta, George, en ‘Pride’ ya habías conseguido robarme el corazón), el hijo mayor. Un buen tipo, tan inocente como valiente.

«Solo un estalinista llamaría trotsko a un trotskista». 

Y podría seguir y seguir, pero es mejor verla. ‘Captain Fantastic’ es de esas películas con las que ríes, te emocionas, reflexionas y hasta te vuelves más humana. Maravillosa.

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