El día que conocía a Rocky Balboa

El día que conocí a Rocky Balboa

«Érase una vez que se era, un muchacho muy pequeño que un buen día de un mes de enero de hace ya un montón de tiempo se vio golpeando una bola de boxeo». Ese muchacho pequeño que se esconde tras estos absurdos pareados homenaje a ‘Secretos del corazón’ era yo y recibí esa bola como regalo de sus majestades los Reyes Magos. Era una punching ball de las que se sujetan atornilladas con una plataforma al suelo y, si no se anclan porque tu madre considera que daña el parqué, puedes darles hostias hasta que las tumbas, o, si las infravaloras, en una de las contras puede que sean ellas las que te tumben a ti.

No tendría yo más de 11 años y quería ser como el chico malo del Bronx, Mike Tyson, o quizás como el héroe patrio de Vallekas, Poli Díaz. No son ejemplo de casi nada bueno, lo sé, pero era el comienzo de los 90 y yo era un niño que soñaba con subir a un ring a pegarme con no sé quién para tal vez saldar no sé qué cuentas.

Las siguientes navidades, mis primos Igor e Iñaki las pasaron enteras en casa con Pipi —mi hermana— y conmigo. Mi tío estaba muy enfermo y como andaba demasiado tiempo de médicos decidieron que era mejor que estuviéramos todos juntos. Gran acierto. Mi padre, fan enfervorecido de las películas del Oeste y de las que están  basadas en hechos reales, apareció por casa una buena tarde con un regalo para entretenernos a los cuatro: un estuche de VHS que escondía las cuatro primeras películas de la saga de Rocky.

Quizá pensó que Rocky era un personaje real y de ahí la compra o, como llevaba sombrero, tal vez creyó que era el alter ego de John Wayne (léase Ion Baine) pero en la Costa Este. El caso es que esos días de Navidad Rocky Balboa entró en nuestras vidas para ser uno más de nuestras familias y no salir nunca de ellas.

Con el pasar del tiempo (y con varias carreras por la escalinata del Museo de Arte de Philadelphia incluidas, saltando con los brazos en alto y vistiendo el pantalón corto con la bandera de Estados Unidos original de Apollo Creed) , me fue quedando claro que Gregorio, mi padre, compró las películas por aquello de que estaban basadas en hechos reales, ya que Rocky lo es, lo lleva siendo al menos los algo más de 30 años que le conocemos en nuestra casa.

Pero no hay héroe, por muy de barrio marginal de Phliladelphia que sea, sin heroína.  Por su amor incondicional, por su confianza ciega sin límites, por saber sacar lo mejor de uno mismo y, bueno, también porque puede llegar un día de invierno y llevar 20 jerseys, uno encima de otro debajo del abrigo, un buen día Nani se convirtió en mi heroína, como  Adrianna Peninno lo fue de Rocky Balboa.

Nani y yo viajamos juntos a Philadelphia a final del verano de 2017, vimos la casa en la que Rocky vivía con Gancho y Directo, el gimnasio de Mickey junto al solar en el que estaba la pajarería de Gloria donde residía Butkus, la casa de Paulie, acudimos a las traseras de la iglesia del Padre Carmine esperando recibir su bendición y  cenamos en el restaurante Adrian´s.

Ocho meses más tarde nació Naia, prematura de 36 semanas. Y, aunque ella es muy madrileña —nació el 15 de mayo casi en el centro de Chamberí—, no puede dejar de ser también hija predilecta de Philadelphia. Un año y medio después nació nuestra ninfa asturiana Xana y, como no descendía de las calles de cuna de Rocky, tuvimos que llamarla también Adrian, por si había alguna duda de nuestro amor por la familia Balboa.

Naia Carla y Xana Adrian. ¿Que no tienen nombre de cineastas de éxito? Tiempo al tiempo.

Ese muchacho pequeño , que insistió para tener como regalo una bola de boxeo, de esas que se anclan al parqué pero que en su caso se quedó siempre flotando por no dañar la madera de su madre, quería ser boxeador, pero el día en el que conoció a Rocky Balboa pasó a querer ser nada más que una buena persona.