Si mi padre no hubiera asesinado aquella mañana a Don Fanucci, quizás mi hija Mary y mis hermanos Sony y Fredo hoy seguirían vivos.
Sony nos contaba a los hermanos varones, nunca a Connie, cómo vio aquel día a mi padre caminar por las azoteas de la calle Grand sin perder de vista a la mano negra, que curiosamente vestía de riguroso blanco mientras paseaba entre los fieles, ataviados de negro, que guardaban devoción a la procesión en honor a San Rocco que se celebraba esa mañana en Little Italy. Por entonces, vivíamos en un modesto piso en la colonia italiana de Manhattan.
En un momento dado tomó una pistola que bien escondía en una de las terrazas y que un tiempo atrás le había pedido ocultar uno de sus socios: Tessio o Clemenza, ya no recuerdo cuál de los dos era. Con el arma empuñada y envuelta en una toalla, se adentró en uno de los edificios por la puerta de acceso a la escalera, y aunque perdió de vista la figura de Fanucci la recuperó para hacerle aparecer muerto en la puerta de su casa, víctima de varios disparos a quemarropa.
Previamente, esa misma mañana, en una cafetería céntrica se habían visto ambos las caras. Mi padre le entregó sólo parte del tributo que les había solicitado tanto a él como a Tessio y Clemenza como garante de la población italiana del barrio, y a consecuencia de los pequeños robos que los tres estaban cometiendo. Fanucci tomó la gallardía de mi padre con tibieza y cierta admiración, mostrando tal benevolencia como para ofrecerle pertenecer a su guardia pretoriana.
En ese instante comenzó la leyenda de Vito Corleone, ya que, tomando el gesto de condescendencia de Fanucci como un acto de debilidad, aprovechó la celebración de la liturgia para cometer su primer asesinato, que supuso además la liberación de la familia.
Mi madre, años después, me recordaba cómo esa misma mañana, mi padre, tras volver de hacer unos recados —que así llamaba ella al asesinato de Don Fanucci— me tomó en brazos y guiñando al futuro no paró de decirme lo mucho que me quería en su lengua materna: «Michael, tuo padre te vuole bene assai, bene assai».