Hoy toca hablar sobre las palomitas. Y diréis «¡qué ricas!», pero si nunca os habéis preguntado por qué es tan típico comerlas en el cine, coged vuestro bol que os lo cuento.
A principios del siglo XX, en Estados Unidos el cine era sólo para la clase privilegiada. De hecho, las salas parecían teatros de lujo. Había un factor fundamental para distinguir quién se lo podía permitir y quién no: la lectura. Entonces el cine era mudo y era imprescindible saber leer.
En 1927 se inventó el cine sonoro. Es entonces cuando la clase trabajadora empezó a disfrutar de las películas y los cines comenzaron a llenarse. Como las películas de aquella época eran tan largas, a la gente le entraba hambre. Por eso empezó a llevarse su propia comida al cine.
Cuando en 1929, el año de la Gran Depresión, Estados Unidos estaba en su mayor crisis económica, el maíz era el alimento más barato que había. Los vendedores ambulantes empezaron a vender palomitas a la gente que pasaba de camino al cine para ver la película. Esto no les parecía bien a los propietarios de las salas, porque se ponía todo perdido.
Es entonces cuando aparece en escena Julia Braden. Esta maravillosa mujer viaja a Kansas y le propone al dueño de un cine montar su propio puesto de palomitas dentro de éste. Él acepta encantado.
Dos años después, Julia ya tenía cuatro negocios montados en el interior de cuatro cines diferentes. Cuando los propietarios de otros cines empezaron a ver el éxito de Julia decidieron montar sus propios puestos de palomitas, obteniendo con ello unas ganancias extraordinarias, ya que, como hemos dicho antes, el maíz era uno de los alimentos más baratos que había entonces.
Después de la II Guerra Mundial, hasta el 50 por ciento de las palomitas que se consumían era en los cines y llegaron a ser el 85 por ciento de las ganancias que obtenían estos establecimientos.
Y a ti, ¿cómo te gustan más, dulces o saladas?